El salario de los
venezolanos sigue estancado en 40 mil bolívares (menos de dos dólares
mensuales), mientras que una libreta puede costar hasta 140 mil bolívares (6
dólares). ¿Cómo hace un trabajador para comprar los útiles escolares y los
uniformes?, los textos para los adolescentes superan los 800 mil bolívares (36
dólares) y los zapatos deportivos no bajan de 250 mil (11 dólares). Este simple
repaso hace que la alegría de regresar a la escuela se convierta en una
pesadilla.
En la acera de enfrente
están los maestros y las maestras, con un rosario de reclamos y un mar de
dudas. En julio, cuando se acabó el período escolar, el sentimiento del
magisterio era de duelo. La mayoría decidió migrar de país o de profesión. En
el aeropuerto de Santo Domingo del Táchira me encontré a un docente vendiendo
café y pasteles. Él no va a regresar a la escuela, “la cosa está muy dura
hermano”, me dijo con su acento de gocho. Se pasa los días hirviendo agua y
trasteando con los peroles de una cafetería instalada en la entrada del
terminal que a duras penas alberga unos pocos vuelos semanales. “Yo trabajé
bastante tiempo en una escuela de Fe y Alegría, pero no da. Aquí todo es en
Pesos colombianos y ese sueldo que pagan no alcanza para nada”. Sentenció, y
dejó bien claro que no volverá a los salones porque se moriría de hambre.
FUTURO INCIERTO
El gobierno de Maduro
-como en otros casos-, se apura y dice que la vuelta a clases será una fiesta,
un derroche de alegría y color. Anuncia la entrega de morrales y útiles
escolares para los millones de niños que regresan a los salones. Sin embargo,
la realidad lo desmiente. No hay color ni alegría, no hay morrales para todos y
los útiles son un monumento a la escasez y la mala calidad. Justo cuando
escribo estas líneas leo una convocatoria de los docentes que llaman a paro y a
protestar el próximo 16 de septiembre. Me asusta el destino de los dirigentes,
con suerte será de bombas lacrimógenas y represión. Ojalá no vayan a parar a
una cárcel.
RAYOS DE LUZ
Hay quienes dicen que la
luz que se ve en medio del túnel no es otra cosa que la locomotora acercándose
a toda velocidad para embestir sin remordimientos al que deambula por la
penumbra de la desgracia. Pero también hay otros que se empeñan en mostrar un
rayito de ilusión a los que sienten los rieles del tren triturándoles las
costillas. Me refiero, en este caso, a los necios que no tiran la toalla y se
envalentonan para hacerle frente a los que pisan el acelerador de la
aplanadora. En estos días los he visto promocionar campañas para recolectar
cuadernos y lápices. Zapatos y pantalones. Apelan a la corresponsabilidad y la
solidaridad de los que tienen poco, pero lo entregan todo. Se me arruga el
corazón de solo pensar en esa gente que se quita el pan de la boca para dar
futuro a los niños condenados por la estupidez adulta.
– Mami, mira esa
cartuchera. Le dijo una niña a su mamá con toda la
ilusión puesta sobre una vitrina de un local comercial en San Cristóbal. –
¡¿220 mil bolívares?! Exclamó la señora, mientras alejaba a la pequeña tirada
por el brazo. – Dios mío…
FUE LO ÚLTIMO QUE ALCANCE
A ESCUCHAR
En Instagram veo la
felicidad de los niños y las niñas que reciben un bolso con la marca de UNICEF.
El azul del morralito resalta, a pesar de la blancura de las letras. Adentro
vienen cuadernos, lápices, colores, reglas y libros. Todo un tesoro para los que
no estaban ni cerca de empuñar el grafito contra la hoja de rayas. La
asistencia internacional se volvió fundamental, es la mayor evidencia del
fracaso de un modelo político y económico que no hace otra cosa más que
responsabilizar al imperio de su incompetencia.
El país del chorro
petrolero hoy depende de la ayuda humanitaria, el socialismo bolivariano del
siglo XXI -que era la salvación del planeta-, ahora necesita de caridad
extranjera para que sus estudiantes puedan regresar a clases. ¿Cuánto dinero se
esfumó de la bonanza petrolera?, ¿cuánto de ese dinero hubiese cubierto los
gastos de la educación?, ¿cómo fue que pasamos de construir autopistas en
Ecuador a mendigar lapiceros? Acaso hoy nadie se pregunta por eso, cuando ve a
un niño desfilar con útiles escolares de Unicef o de Acnur, o de cualquier otra
organización que práctica la caridad diplomática.
El arranque de las clases
se muestra -repito-, como una cuesta difícil de alcanzar. Las calamidades del
sistema escolar superan ampliamente los peores pronósticos de catástrofes
sociales previstas para un país con tantos recursos e ingresos; aunque los
especialistas -los más metódicos-, si alertaron las consecuencias de una
propuesta económica y política basada en restricciones y limitaciones a las libertades
individuales.
Desde organizaciones como
Fe y Alegría se plantean un escenario de acompañamiento integral. No hay de
otra. Es necesario dar comida y cariño. El hecho educativo se transformó en una
plataforma de mimos y caricias para las familias separadas y los docentes
discriminados por el Estado. “Letra con hambre no entra”, Así de simple, así de
fácil. Entregar un plato de arroz con carne y tajadas es fundamental para
evitar la deserción en las escuelas. Tener un pedazo de pan con café caliente representa
más que cualquier incentivo moral para los docentes. Según los últimos datos de
la Encuesta de Condiciones de Vida, que elaboran las universidades más
prestigiosas del país, más de 3 millones de niños, niñas, adolescentes y
jóvenes no están inscritos en el sistema escolar y tampoco han terminado la
escuela. ¿Dónde están?, ¿quién vela por ellos?, ¿por qué se fueron de las
escuelas?, lo peor de todo es que los pronósticos no son alentadores y la cifra
pudiera aumentar, tomando en cuenta que el contexto económico y social se sigue
agravando.
El ciclo escolar que
apenas está por comenzar se perfila como el gran reto a lo imposible. Las
organizaciones educativas tienen en sus manos la posibilidad de seguir haciendo
historia como las instancias que salvan vidas en medio de la tragedia y la
desesperanza.
Fuente, LaPatilla
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