Todos tenemos un
orangután en las redes sociales o en la vida cotidiana a quien no sabemos si
“eliminar de la lista de amigos” o educar. Son personas que opinan de temas sin
tener el más mínimo conocimiento. Hablan de lo que escuchan a otros decir sin
ninguna base. Por supuesto, son personas poco ilustradas que confunden libertad
de expresión con libertad de pensamiento. Citando al filósofo español Emilio
Lledó: “¿Qué me importa a mí la libertad de expresión si no digo más que
imbecilidades”? ¿Para qué sirve si no sabes pensar, si no tienes sentido
crítico, si no sabes ser libre intelectualmente? Ciertamente la libertad de
expresión es buena, pero es mucho mejor la libertad de pensamiento.
Dice una voz popular
que saber no cuesta, pero parece que pensar se ha convertido en un portentoso
milagro que supera nuestra condición humana y cada vez más se reduce el número
de los adeptos a la religión del saber, de los amantes de la filosofía.
En Mateo 7,6 ponen en
labios de Jesús la expresión, fuerte y demoledora, no echar perlas a los
cerdos. Lo que yo interpreto como, no discutir con cretinos. Hay personas que
son obstinadas en el error, que no discuten para llegar al conocimiento sino
para afianzarse en su opinión descabellada. Te hacen perder tiempo y paciencia
y al final te das cuenta que has echado “perlas a cerdos”.
El portentoso milagro
del conocimiento no se debe echar a los cerdos para que lo pisoteen. Hoy en día
hay que discernir con quien discutir y lo mejor es que elijas a alguien que
pueda expresar un pensamiento, una idea basada en razonamiento lógico. Esas
personas son las que nos ayudan a ver las cosas desde otra óptica, incluso
aportan a nuestro conocimiento porque son capaces de profundizar en un tema
aunque disientan del enfoque.
En cambio los otros,
los que se aferran a una idea o a un mandato presuntamente divino, son quienes
han sacrificado el intelecto subordinando la propia conciencia al imperativo de
la obediencia. Esto suele pasar en todos los ambientes, pero donde más se
aprecia es en el ámbito religioso,
(dicho sea de paso, es el ámbito que va permeando todos los ambientes).
Este mal ha sido promovido por la religión, en la que unos mandan y otros
obedecen, que ha enseñado a no cuestionar la autoridad del pontífice porque es
infalible, a no cuestionar a los obispos, a los sacerdotes, a los pastores
evangélicos, a cualquier líder religioso., porque son ellos los representantes
de la divinidad. Este sometimiento a una religión autoritaria va impregnándolo
todo convirtiendo al adepto que ha sacrificado el intelecto, en fanático de ideas y dogmas que otros han
inventado.
Probablemente algún
lector le cargará más el brazo a la Iglesia Católica, dentro del cristianismo,
que sin duda ha jugado un papel triste y definitivo; pero no ha sido la única
en promover el sacrificio de la razón subordinándola a la autoridad divina y
por tanto a sus representantes, los líderes religiosos. También los
protestantes, el mismo Martín Lutero no dudó en afirmar que “la razón es la
mayor puta del diablo”. Me limito al cristianismo porque es la religión que más
ha influido en nuestro continente, pero no cabe duda de que también las otras
religiones monoteístas han subordinado el intelecto a dogmas y creencias.
Y así nos han ido
idiotizando y convirtiendo en borregos o cerdos que pisotean perlas, o en “rebaño humano” alienado.
Nunca sacrifiquemos la
razón ni el propio discernimiento, la libertad es el don más hermoso que Dios
ha otorgado al ser humano, y es para esa libertad que Cristo nos ha liberado.
Fuente, Acento
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